A pesar de mi vena artística desarrollada de una manera polifacética,
espero no suene demasiado ególatra la anterior frase, hay algo que pocas veces logro comprender en
el mundo de la libre expresión. Hablo de los artistas gráficos y sus
creaciones.
Alguna proteína en mi ADN de autista, perdón, de artista, me lleva por
el camino cuadriculado. Quiero conseguir siempre que las imágenes estén alineadas,
del mismo tamaño. Entiéndase por imágenes, composiciones digitales y análogas
posteriormente codificadas en binario.
Recuerdo en 4 de la ESO, lo que en Colombia viene a ser décimo grado,
que mi profesora de castellano, la señorita Sara, en su carta de despedida para
el final de curso mencionó que no olvidaría nunca mi retórica.
Así es, escribo y hablo con retórica, mientras los artistas gráficos a
los cuales entiendo tan poco lo hacen dibujando.
Considero que no sufro ningún tipo de trastorno compulsivo obsesivo, pero
soy de aquellos que no se come la
tostada hasta que la mantequilla esté perfectamente esparcida, detesto que alguien
muerda mi helado y haga perder la forma que le había dado. Aún así, escapadas
al mundo de los incomprendidos tengo, debo reconocer que me hubiese gustado
tener una cámara en mis ojos para inmortalizar el momento en el cual, mis
amigos veían un dibujo que había hecho. Con sangre.
Convertí las flores de color rojo sobre el papel en una especie de
composición surrealista o alguna otra palabra snobista que defina mi intento de
obra. Acepto que el color de la sangre seca no causa muy buena impresión.
Tampoco lo pretendía.
Publicar un comentario